Elisabeth Roura
Los usuarios de internet han encontrado en las redes sociales la herramienta perfecta para controlar su proyección social. Se han convertido en un escaparate personal y profesional que exige un uso y consumo responsables, condición necesaria para que estas redes puedan cumplir su finalidad: dar la oportunidad de dialogar, opinar, conocer e incluir a todos los internautas en una esfera social común.
Según los datos publicados en el Barómetro de la Comunicación y la Cultura del año 2011, seis de cada diez internautas utilizan redes sociales en Cataluña, dato que supone un aumento del 13% respecto al 2010. Hablamos de redes sociales enfocadas al microblogging con gran capacidad de influencia en la opinión pública, donde cualquier individuo, organización o empresa puede difundir información. Twitter, por ejemplo, se ha convertido en una plataforma de comunicación potente que se considera un reflejo directo de una sociedad. Sin embargo, ¿podemos utilizarlo como termómetro social? Especialmente esta red social está sometida a una actualización constante y genera un flujo infinito de información donde los usuarios pujan para conseguir alzar un hashtag a la cima de los trending topic, y a menudo no importa si tiene relevancia social o no.
El Barómetro también aporta datos para dibujar un perfil tipo de usuarios: son preferentemente mujeres de entre 14 y 34 años, de clase media baja, con estudios secundarios y que siguen estudiando o están en paro. Un perfil que la opinión pública podría encasillar rápidamente y asociarlo a la dependencia social y a la búsqueda de satisfacción personal. Pero los datos confirman que las mujeres con perfil en redes sociales leen la prensa habitualmente, suelen escuchar la radio y dedican parte de su tiempo a actividades de ocio ajenas a internet. No se trata de individuos que concentran toda su actividad en la red, sino de usuarias que consumen en función de sus intereses y utilizan la información para expandir su vida social.
La sobreinformación presente en las redes sociales exige que los usuarios hagan un consumo selectivo y crítico, así como una capacidad de utilizarlas teniendo en cuenta unos valores de convivencia. La distancia física y el anonimato provocan que las actitudes que no suelen ser toleradas en el entorno social tradicional, sí lo sean en las redes sociales, y esa barrera ética y moral no debería traspasarse. A menudo, la línea que separa lo público de lo privado queda poco clara. La mayoría de redes sociales permiten delimitación pero los usuarios desconocen cómo gestionar su privacidad y, en muchos casos, no consideran ninguno de sus riesgos ni asumen sus responsabilidades. El nombre propio de una persona no deja de ser una marca personal que puede ser utilizada con facilidad por cualquier otro usuario, ya no sólo suplantando la identidad, sino creando un personaje público falso o contaminando su perfil con todo tipo de ataques personales.
Los datos del Barómetro demuestran, pues, que las redes sociales son utilizadas como una herramienta útil para establecer contactos con muchos usuarios y fomentar el consumo cultural, la sensibilidad de los internautas por aquello que es objeto de discusión y, en consecuencia, una mayor capacidad de percepción crítica de la realidad social, porque no debe darse por bueno todo lo que se publica. No obstante, el usuario debe comunicarse siendo consciente de la colectividad en la que interfiere, sabiendo que lo que publica queda almacenado en la nube, y con la conciencia de que lo publicado es recibido al momento por una esfera pública sensible a todo lo que se discute.