Carme Ferré
El primer día en que empezaba a pagarse por acceder al Parc Güell, una de las obras emblemáticas y más populares del arquitecto modernista Antoni Gaudí, los cajeros habilitados han sido destrozados. Una reacción a una medida impopular para los que hacen dinero a costa de los bienes públicos y para los que no aceptan un registro como el que cumplimentan para tener una cuenta de correo o asistir a un curso gratuito.
El parque del famoso dragón gaudiniano no aguanta más presión turística, y eso es evidente si se ha estado ahí: miles de personas en un recinto pequeño, cientos cada día subiéndose a lomos del pobre saurio de cerámica que ya fue restaurado y una erosión que no se puede solucionar con un grupo de guardias de seguridad. Si pensamos que el límite se ha puesto en 800 personas por hora para visitarlo, imaginemos cuántas había hasta ahora.
Entre la ciudadanía, las posturas están divididas, se sabe que hay que cuidar ese patrimonio pero los puntos de desacuerdo son el precio de la entrada y tener que registrarse aunque no seas un turista. Las listas de espera son algo habitual en los monumentos muy visitados, sin ir más lejos la Alhambra de Granada o la Galería de los Uffizi en Florencia. Y eso no evita el pago.
Otras manifestaciones más que criticables han sido las de los tour-operadores que proponían combinados con el Parc Güell, como si la previsión y el pago moderado de una entrada hiciera que grupos de japoneses desistieran de conocerlo. Todos los negocios que explotan bienes públicos, ya sea el mar o un parque, deben ser extremadamente responsables con su beneficio, que se sustenta en el apoyo de la comunidad, o del planeta.
La administración deberá tener paciencia con esta medida adecuada y los vecinos, apoyarla para que el parque que quieren cuidar no desaparezca bajo las posaderas de tantos admiradores.