Elisabeth Roura
Redes. Democracia. Ciberactivismo. Libertad de expresión. Conceptos que dejaron de ser nuevos hace tiempo pero siguen manteniendo una relación crucial con el empoderamiento de los individuos y su capacidad de informarse y formar grupos sociales con objetivos comunes. La sociedad occidental ha analizado y admirado el poder de la red como articuladora de la reivindicación social a través del indudable ejemplo de las revoluciones en los países árabes. El tiempo ha demostrado que la red es una herramienta de protesta poderosa, especialmente útil en el caso de visibilizar la protesta de las mujeres.
La periodista Lali Sandiumenge compartió en el acto “Dones, joves i noves formes de participació”, organizado por la fundació CatDem, su visión sobre el rol de las redes sociales en las Primaveras Árabes, después de más de diez años conociendo proyectos y campañas de protesta distintas. “Las redes sociales, si se utilizan bien, son un altavoz muy potente, pero no suficiente”, afirmó. El contenido y la forma de esas revoluciones han sido claves para articular también protestas políticas y sociales en el resto de países mediterráneos, con el #15M o la indignación en Grecia e Italia, movimientos que, en cierta forma, han evolucionado hacia opciones políticas con potencial electoral.
Según Sandiumenge, “las leyes electorales en algunos países árabes han mejorado, lo más difícil es cambiar las lógicas sociales”. Es en éste punto que la red se fortalece, no como espacio de creación de un movimiento social, sino como una herramienta de protesta que permite lanzar desafíos al sistema, como los vídeos de mujeres conduciendo en Arabia Saudí o las campañas LGTB en Marruecos. La periodista catalana destaca que antes de Facebook y Twitter, los blogs ya funcionaban como espacios de protesta y de disidencia política. “Lo más importante no es que la gente proteste en la red, sino que se conformen grupos sociales estables con objetivos concretos”, apuntó. Es el caso de las Arab Techies, fundado en 2008, ingenieras que defienden el acceso a la tecnología como herramienta de cambio social y democratización contra la censura, o Harrassmap, una plataforma de protesta contra el acoso sexual en Egipto.
El tiempo ha confirmado que las redes sociales sirven, sobre todo, para encender la protesta social y difundir una reivindicación, pero no son suficientes para articular un cambio. Es importante hacer esta reflexión de forma transversal, no sólo pensando en los casos expuestos, sino en el uso que hacemos como individuos. El cambio en una sociedad y en un sistema político es mucho más lento, aunque la red quiera acelerarlo y a menudo consiga avances.
Estos últimos años, ya superada la efervescencia de las redes sociales, el sentimiento de pertenencia a una sociedad global se ha frivolizado, con campañas como #bringbackourgirls o #icebucketchallenge que, aún con una finalidad legítima y comprensible, han sido actuaciones emocionales y anecdóticas con una repercusión efímera.
Lo más importante es que la red asegura la capacidad individual de comunicarse con el resto del mundo, el primer paso para conseguir un objetivo. O almenos, la ofrece a quiénes pueden acceder a la red de forma libre. Los matices son importantes cuando hablamos de libertades: de cada 100 habitantes en el mundo, sólo 40,4 utilizan Internet (datos mundiales publicados por la Unión Internacional de Telecomunicaciones de las Naciones Unidas). Así que en muchos países sigue siendo un lujo inalcanzable y en otros la censura aplica restricciones importantes.